lunes, 28 de febrero de 2011

Midiendo lo inmedible

Este año comenzaremos en mi escuela a trabajar con una computadora por alumno y la propuesta institucional es centrarnos en un enfoque 2.0.


Como docente no tengo mucha experiencia en en este tipo de enfoque. Durante los últimos cuatro años sólo he experimentado con algunas actividades que estimulaban a mis alumnos a vincularse con los contenidos de un modo dinámico, a relacionarse con el afuera de la clase, a contribuir con sus saberes y sus preguntas. Esas actividades que pretendían modelar mi propia experiencia como aprendiz tenían, por supuesto, un soporte tecnológico. Pero eran escasas. Eran sólo las que mis condiciones de trabajo no lograban impedir del todo.


No tengo mucha experiencia como docente 2.0, pero tengo mucha como aprendiz 2.0. El relato de ese aprendizaje está relativamente ordenado en este blog y en Reveal Ties; y diseminado en miles de tweets y comentarios que escribí en muchos edublogs y discusiones en Facebook y en tantas redes sociales que ya ni me acuerdo cuales son.


Muchos de esos relatos tienen que ver con los desafíos a los que me he enfrentado. Pero hay uno que ahora me preocupa especialmente. ¿Cómo evaluar?


Cuando se trataba sólo de algunas actividades 2.0 lo iba resolviendo con relativa eficacia. Creo que nunca hice el relato de mis dificultades con la evaluación. Escribo a continuación una breve síntesis.


Primero comencé con rúbricas, las usé durante mucho tiempo. Pero tenían una limitación. Por más que me esforzara en incluir el proceso, lo que evaluaba en realidad era el resultado. Es que las rúbricas sirven para eso, evaluar resultados; es imposible torcerlas. Tenían una ventaja: las matemáticas funcionaban. Siempre quedaba claro cuál era el número entre el 1 y el 10, ese que llamamos nota y está condenada a morir en el boletín.


Algunas veces (muchas) logré engañar a mis alumnos y los hice trabajar gratis. Les daba, por supuesto, mucho feedback oral y escrito. Pero nada de número. Esto también tenía una falla. La nota numérica que inevitablemente el alumno recibía al final del trimestre no reflejaba esas experiencias de aprendizaje que eran justamente en lo que yo centraba la organización de mis clases.


A fin del año pasado inventé un método centrado en el proceso, una evaluación dinámica. (No lo explico en detalle porque es muy complicado y no aportaría demasiado.) Esa forma de evaluar es casi perfecta, excepto por un detalle: la institución escolar. Como todos sabemos la escuela está empeñada en usar una ciencia exacta para medir el aprendizaje. Y me ocurrió que la nota final de varios de mis alumnos era 12 o 14, cuando la nota máxima sólo puede ser 10.


¿Por qué ocurrió esto? Es muy sencillo, creo. El aprendizaje 2.0 no tiene techo. Cuando como docente limito al alumno al libro, lo máximo que puede aprender es lo que está en el libro. Cuando el único conocimiento apropiable es el del docente, éste es el techo. Cuando formulo preguntas que tienen una respuesta acertada, limito la posibilidad de que se formulen nuevas preguntas. Si abrimos el juego, si a los alumnos les dejamos canales abiertos para que las conexiones fluyan, el aprendizaje también fluye. Se expande. No hay techo.


¿Cómo evaluamos sin techo? Si el enfoque es 2.0, no le podemos poner límite al aprendizaje posible, ni al deseable; ¿lo comprimiremos en una escala del 1 al 10? Y si lo hiciéramos, ¿qué representaría ese número? ¿Es posible evaluar el aprendizaje expandido? ¿Se puede evaluar sin medir? ¿Es posible medir lo inmedible?


Creo que este será mi mayor desafío durante el año escolar que está por comenzar. Espero que el desafío, tal como los anteriores, se convierta en una experiencia de aprendizaje. La gran diferencia con respecto a otros años es que ya no se trata de un proyecto personal a contramano institucional. Por primera vez (para mí) habrá muchos en el mismo espacio físico formulándose esas y más preguntas.




Foto en Flickr. Not so far away.
Algunos artículos sobre evaluacíon en entornos 2.0.