Después de borrar “aparentemente”, afirmo: bloggear dispersa. Las razones son obvias, resisto a la tentación de armar una lista.
No puedo culpar a la web por mi facilidad para dispersarme. Ya lo hacía antes. Saltaba de atrás hacia delante en las paginas de un libro, hacía mis “bookmarks” separando libros en pequeñas pilas en mi cuarto, marcaba “tags” con lápiz en el margen, recordaba otro libro (siempre difícil de encontrar en una biblioteca que nunca logré tener ordenada) y me empecinaba en encontrar esas dos palabras que hacía cinco años me habían conmovido.
La web 2.0 sólo me ayudó a intensificar ese modo de relacionarme con la lectura. Las “tags” son mucho más fáciles de encontrar que las líneas subrayadas en un libro; los “links” más rápidos para seguir que el recuerdo del color del lomo de ese libro que parece escondido. Además, todo está ahí: en la pantalla.
Leer de este modo implica pensar “linkeando”. Al principio perturba, luego pasa a ser lo habitual. Es increíble cómo aún en ese caos las ideas buscan y encuentran una estructura.
El problema es que en esas etapas de pensamiento disperso extraño la lectura lineal, extraño sostener un libro en mis manos y no poder dejarlo. Extraño que el pensamiento sólo fluya linealmente rastreando las palabras que revelan la trama.
Chandler, Hammett, Le Carré y Vázquez Montalbán solían venir en mi auxilio cuando necesitaba recobrar el ritmo de una lectura sin disrupciones.
Esta vez encontré un quiosco de diarios a El Maestro de Esgrima de Perez-Reverte. Había leído un sólo libro de él: Limpieza de Sangre. Lo conocí por el escritor y docente Aníbal Jarkowski. Sabía que los mundos de los libros de Pérez-Reverte me podían transportar a mundos tan lejanos al aquí y ahora como lo hacía Walter Scott cuando era niña.
Difícil explicar cómo llegué hasta ahí sin contar el final del libro. Tiene que ver con la acción. Con el estar ahí. Así es como el maestro descubre la “más perfecta estocada surgida de la mente humana.” (Advierto que acabo de copiar las últimas palabras.)
Nota para Claudia: Yo también puedo hacer una “traducción libre”.
Para traducir hay que recrear internamente el camino recorrido por el autor. Así decía una profe mía en el Lenguas Vivas.
ResponderEliminarEn medio de la presión de las entregas, pocos profesionales se toman tanto trabajo de reflexionar sobre los pasos del autor. Con lo cual tengo que admitir... ¡Que me tocó una traductora de lujo!
Otra cosa que ayuda, dicen, es conversar personalmente con el autor. Almorzar, tomar café... (te estoy invitando, ¿si?) Necesito que me aclares eso de que estoy "enlazada" a tanto autor en tu cabeza. Ese extraño fenómeno 2.0 me lo tenés que explicar porque me supera.
El universo de lo que uno conoce está, evidentemente, enlazado. Por suerte nuestro inconciente se ocupa de esos enlaces, si así no fuera nuestro cerebro sería tan lento como las computadoras en la época del DOS.
ResponderEliminar¿Cómo llegué a enlazar* el final de una novela sobre un esgrimista en el siglo diecinueve en España con un post tuyo? Fue un “ping” que tenía el mismo “tag” que el otro “ping”. Cuando leí tu post pensé: es la acción lo que hace posible la reflexión. En el final del libro pensé lo mismo. Y ojo, que te linkeé con un miembro de la real academia.
Next week, vaciones. Almuerzo, vino, café.
*uso “enlazar” porque la usaste vos, pero en realidad a mí “enlazar” me suena a algo trabajoso, para lo que hay que dominar un técnica, yo no podría enlazar nunca.